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Salchichas vienesas y otras ficciones, de Antonio Orlando Rodríguez


Sumergirse en un mundo de estremecedora belleza. Trastocar la ordenación de todos los objetos y sujetos en todos los universos posibles. Viajar a mundos distantemente hermosos. Reír y llorar en la misma sonrisa y a través de la misma lágrima. Comer salchichas vienesas y algún teléfono con tenedores lagarto, descubrir, conocer, desnudar, sentir besar escapar perder recobrar la LIBERTAD.

Antonio Orlando Rodríguez, el escritor universal que nació en Ciego de Ávila, Cuba y que ahora vive en un inmenso país sin fronteras que tiene 500 millones de habitantes, publicó en 2016 en el sello editorial Huso una reunión de narraciones deslumbrantes que fueron escritas, confiesa el autor, "en otra existencia", por otro Antonio Orlando Rodríguez, en los años ochenta del siglo pasado y que desembocan en el siglo XXI con una fuerza que hace estremecer los goznes mismos de lo que llamamos realidad.

El poder narrativo de Antonio no es cuestión de años, ni de madurez o precocidad literaria, ni siquiera de un oficio tan constante que es imposible que las musas no lo encuentren trabajando. Es esencial. Su poder narrativo es constitutivo y es de siempre, desde que abrió la mirada al mundo, antes de aprender la primera letra o trazar la primera palabra. 

Literatura en grado superlativo, discurrir verbal de hechicero de la lengua, Antonio en este volumen de ficciones es todos los escritores y es un solo escritor, un él mismo compuesto por todos,  en un surrealismo tan ilógico que es el mismo logos y que encuentra un paroxismo en la incomunicación suprema de "Pierrot, Pierrot", y que nos cruje de belleza martirizada entre los dientes en "Hipocampos" y que nos hace sollozar ante la belleza del hermano en "El hipnotizador de pirañas", textos que nos ponen a temblar con su poesía, a castañetear los dientes ante la mirada poliédrica de esa conciencia que escribe a través de Antonio, serafín en llamas como la de Federico García Lorca:

"Mi hermano no. Mi hermano tenía cinco pares de ojos debajo de cada ceja y cada uno con cinco pupilas que encandilaban a cualquiera. Mi hermano prestaba sus ojos a la noche cuando la marea subía y empapaba las tablas del piso, cuando un endemoniado a medio asar se escabullía y desgarraba a mordiscos los espejos, cuando el insomnio asolaba nuestro pequeño mundo redivivo".

Las ficciones que ha reunido Antonio en este volumen son tan peligrosas como la vida misma. Son tan elusivas y seductoras como las sirenas que nos fascinan. Son tan bellamente horrorosas como todo monstruo que apetecemos. Son tan muerte no me seas esquiva que nos hacen coexistir con cadáveres que ambulan y se comunican, como en "Un tipo ahí" y en la deliciosa "Me aburren los cuentos policiacos" donde además nos  sentamos a resolver un misterio entre Holmes y Watson y Marple y Poirot.

Antonio Orlando Rodríguez ha dicho de sí mismo que se encuentra cómodo tanto en los terrenos de la literatura infantil como en los de la adulta, "como un anfibio". Esta vida doble, que hace una vida completa, lo caracteriza plenamente. Transita por los mundos y puede respirar bajo el agua y nadar en las nubes. Los cuentos a ratos nos enzarzan en los anillos del poema y a ratos nos conducen por los senderos de la engañosamente lineal historia que se cuenta.

Celebramos con muchos otros que han tenido la fortuna de leer este libro que Antonio Orlando Rodríguez haya publicado los cuentos escritos por otro Antonio y que, como él mismo dice, los haya dejado en libertad en las páginas que ahora disfrutamos. Quizás porque Salchichas vienesas y otras ficciones pertenece a esa estirpe de sueños que están misteriosamente vivos y que nunca se pueden olvidar.




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